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Corresponsalía – Majdanek, la importancia de recordar los horrores del pasado

Iris Martinez Martinez. Estudiante de Relaciones Internacionales y Periodismo

Polonia fue el epicentro del horror de los campos de concentración y exterminio durante la Segunda Guerra Mundial, convertida en el escenario principal del Holocausto y otras atrocidades cometidas por el régimen nazi. Después de la invasión de 1939, los nazis establecieron en territorio polaco ocupado algunos de los campos más infames, como Auschwitz-Birkenau, Treblinka, Sobibor y Majdanek, donde millones de personas, en su mayoría judíos, pero también polacos, romaníes, prisioneros de guerra soviéticos y otros grupos perseguidos, fueron asesinados.

Una de las visitas imprescindibles durante mi erasmus en Lublin ha sido el campo de concentración de Majdanek, un lugar cargado de memoria histórica que representa un recordatorio de los horrores del pasado y llama a la reflexión sobre la importancia de la memoria colectiva.

El campo de concentración de Majdanek fue establecido por el régimen nazi en 1941, durante la ocupación de Polonia en la Segunda Guerra Mundial. Originalmente concebido como un campo de prisioneros de guerra, pronto se convirtió en un campo de concentración y exterminio. Entre 1941 y 1944, de los probablemente 130.000 prisioneros que pasaron por Majdanek, casi 80.000 fueron asesinadas. Entre ellos, el mayor número de muertos fueron los judíos (unas 60.000 personas), seguidos de los polacos, bielorrusos, ucranianos y rusos.

Lo que hace que Majdanek sea único entre los campos de concentración es su estado de conservación. A diferencia de otros campos que fueron destruidos o abandonados al final de la guerra, Majdanek fue liberado por el ejército soviético en 1944 con muchas de sus estructuras intactas.

Se encuentra a solo unos kilómetros del centro de la ciudad de Lublin, a la vista de la población civil de la época, lo que sorprende a muchos visitantes ya que los alemanes construían los campos de concentración alejados de los núcleos poblacionales. La proximidad del campo a la ciudad plantea preguntas inquietantes sobre la vida cotidiana de los habitantes locales durante la ocupación nazi y cómo podían coexistir con un lugar de tanta barbarie.

Al llegar, la primera impresión es sobrecogedora. Una extensión de terreno rodeada por alambradas y torres de vigilancia se despliega ante los ojos. La sensación de entrar en un lugar donde ocurrieron actos tan atroces es difícil de describir. El campo está ahora convertido en un museo y memorial, con el objetivo de honrar a las víctimas y educar a las generaciones futuras.

La vida en el campo

A su llegada al campo de concentración, los prisioneros eran despojados de todos sus efectos personales. Les cortaban el pelo y lo vendían en el campo para utilizarlo como material en la producción industrial. La compañía alemana de Paul Reimann recibió un total de 730 kg de pelo de prisioneros enviados desde Majdanek.

Nada más llegar, los judíos eran sometidos a una selección preliminar. Los médicos de las SS generalmente enviaban a los niños, los ancianos y aquellos que los miembros que consideraban «no aptos para el trabajo» directamente a las cámaras de gas. Aquellos que eran rechazados en la selección preliminar y asesinados directamente a su llegada nunca eran registrados en los archivos.

Los admitidos en el campo eran sometidos a humillantes y dolorosos baños con desinfectante. Después, se les entregaba ropa al azar de los almacenes del campo, se les registraba con los números de prisionero que reemplazaban a sus identidades y se les llevaba a los campos de prisioneros para ser alojados en los barracones.

Los supervivientes del campo consideraban que Majdanek era uno de los campos nazis más primitivos de todos, donde las condiciones de vida eran atroces. Los barracones de madera apenas ofrecían protección contra las inclemencias del tiempo. En invierno se instalaban dos pequeños calentadores en cada barracón, pero eran insuficientes para calentar eficazmente espacios tan grandes y con corrientes de aire.

Durante los primeros meses de funcionamiento del campo, la mayoría de los barracones no estaban bien equipados. Los prisioneros dormían en colchones de paja o en el suelo sin colchón, con una fina manta como única cubierta. Los barracones, que supuestamente tenían capacidad para entre 150 y 250 personas, solían albergar a un número mucho mayor de prisioneros, que podía llegar a superar los 1.000 reclusos alojados en un solo barracón.

Según la época del año, el día empezaba a las 5 o 6 de la mañana. Los presos debían vestirse rápidamente y desayunar una taza de café negro sin azúcar, infusión de hierbas o sopa diluida en agua con un poco de harina integral. La comida se distribuía en latas de hojalata oxidadas y maltratadas, tazas o cuencos. Hasta octubre de 1943, independientemente de las condiciones meteorológicas, a los prisioneros no se les permitía comer dentro de los barracones.

Después del desayuno, se hacía el recuento matinal. Todos los enfermos y moribundos, así como los cadáveres de los que habían muerto en el interior del cuartel durante la noche, debían ser sacados al exterior para ser contados. Una vez contados los reclusos, se formaban grupos de trabajo llamados Kommandos y los prisioneros eran escoltados hasta sus puestos y lugares de trabajo. Por la tarde se programaba una pausa para la comida. Los presos recibían un cucharón de sopa diluida en agua, en verano hecha de amaranto o col, en invierno de colinabo podrido. Luego los presos volvían a trabajar alrededor de la una de la tarde.

El recuento vespertino comenzaba a las 18:00 en verano y a las 16:30 horas en otoño e invierno. Normalmente duraba entre 2 y 3 horas, pero si se descubría alguna discrepancia o faltaba algún preso, podían durar muchas más horas. Después del recuento vespertino, los presos recibían la cena, que consistía en una rebanada de pan o varias patatas sin pelar, y la misma bebida que recibían en el desayuno. Dos veces por semana, recibían también una rebanada de salchicha de caballo, una pequeña ración de mermelada de remolacha o un sucedáneo de margarina. En total, la ración diaria de comida aportaba aproximadamente 1.000 calorías. El toque de queda en el campamento comenzaba a las 21:00 y estaba estrictamente prohibido salir del cuartel.

La importancia de la memoria

Visitar Majdanek es mucho más que un acto de turismo histórico. Es un recordatorio de la importancia de mantener viva la memoria de los eventos más oscuros de nuestra historia para garantizar que no se repitan. En un mundo donde las guerras, las muertes y los genocidios siguen presentes entre nosotros, lugares como Majdanek son esenciales para recordar a las generaciones actuales y futuras los peligros de permitir que el odio eche raíces. La visita al campo es una experiencia que puede cambiar perspectivas y fomentar una mayor empatía y comprensión entre las personas.

Su visita, aunque difícil, es una experiencia que transforma y que permanece en la memoria como un recordatorio constante de la importancia de nunca olvidar.

Museo Estatal de Majdanek (s.f.) Historia del campo. https://www.majdanek.eu/en/history

United States Holocaust Memorial Museum (2020, 9 de noviembre) Campo de concentración de Lublin/Majdanek: condiciones. https://encyclopedia.ushmm.org/content/es/article/lublin-majdanek-concentration-camp-conditions

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