Paula Martínez Carbonell. Estudiante de Periodismo y Relaciones Internacionales
El Tratado de Maastricht es uno de los documentos más relevantes que constituyen la Unión Europea como la conocemos hoy en día. Es más, también se le conoce como el Tratado de la Unión Europea y se firmó en esta ciudad de Países Bajos el 7 de febrero de 1992. Aunque no entró en vigor hasta 1 de noviembre del año siguiente.
Con él, se crearon los pilares de la Unión: la Comunidad Europea, la Política Exterior y de Seguridad Común y la Cooperación en los Ámbitos de Justicia y de los Asuntos de Interior. Además, aumentó el poder de la institución elegida por los europeos, el Parlamento. De esta manera, se dio un paso más en la integración de los países al abrir “una nueva etapa en el proceso creador de una unión cada vez más estrecha entre los pueblos de Europa, en la cual las decisiones serán tomadas de la forma más abierta y próxima a los ciudadanos que sea posible”, como se indica en su primer artículo. Así es como se dio lugar a una Europa más social, una Europa para los europeos.
Desde que pisé Maastricht como estudiante española de Erasmus, no he podido parar de preguntarme cómo de diferente hubiera sido mi experiencia si no se hubiera llegado a ese acuerdo. Además, el Tratado también cambió el destino de Maastricht, la última ciudad al sur de Países Bajos y que, a su vez, es la capital de la provincia de Limburgo, que hace frontera con Bélgica y Alemania.
Uno de los puntos más relevantes se encuentra en el noveno artículo, en el que se establece el concepto de “ciudadanía europea”. Los ciudadanos con nacionalidad de un Estado miembro tienen, a su vez, la ciudadanía de la Unión, igualándonos a todos bajo esa identidad y otorgándonos los derechos y deberes que vienen asociados. Entre ellos, permite a los ciudadanos viajar y residir libremente por los Estados miembros, algo que lo conecta estrechamente al espíritu del programa Erasmus. Así, moverme por Europa no tiene ninguna complicación. Y, de la misma forma, conocer a gente de todos estos Estados es muy fácil, dando lugar a más integración y lazos que trascienden las fronteras.
Además, sentó los principios de la Unión Económica y Monetaria, que daría lugar a la moneda única. El euro no solo hace que las transacciones nos sean más fáciles, sino que es un símbolo que refuerza la cooperación europea, genera mayor comercio, inversión y movilidad por la Eurozona y da estabilidad económica.
Maastricht, por tanto, es un personaje principal en la integración entre los Estados miembros ya que, al crear el fundamento de lo que somos como Unión, también dio lugar a precedentes importantísimos para su devenir. El sentimiento del orgullo por esa aportación se extiende por toda la ciudad, donde se encuentras varias referencias a la negociación y firma del Tratado, como la obra Stars Of Europe o la plaza Plein 1992.
La elección de esta ciudad para un acuerdo tan importante no fue casualidad. Países Bajos tuvo entre julio y diciembre de 1991 la presidencia del Consejo de la Unión Europea. El país pudo subrayar su compromiso con Europa ya que, en este periodo, se llevaron a cabo las negociaciones que, posteriormente, se verían reflejadas en el Tratado. Las reuniones y la firma tuvieron lugar en una pequeña isla sobre el río Mosa que cruza la ciudad neerlandesa, donde se encuentra el edificio del Gobierno Provincial (Gouvernement aan de Maas/Provinciehuis of Limburg). Además, Maastricht tiene una ubicación estratégica muy particular, siendo un punto de conexión entre tres de los doce Estados que formaron parte del Tratado en un primer momento. Un documento que, precisamente, buscaba esa unión entre los países europeos.
La diversidad cultural con la que ya contaba antes del Tratado por su localización solo hizo más que aumentar desde ese momento, al hacer que los ciudadanos de la Unión Europea se empezaran a interesar en conocer la cuna de los pilares. Así, se ha convertido en un destino turístico y cultural muy interesante. Como ejemplo de ello se encuentra la Universidad de Maastricht, que es la más internacional de Países Bajos y cuenta con un 44% de estudiantes que no son neerlandeses.
La capital de Limburgo se constituyó como símbolo de la identidad europea, que es justo lo que se respira en su ambiente. Además, ganó el Sello de Patrimonio Europeo, un reconocimiento que se le otorga a los sitios que han tenido un fuerte componente simbólico en su historia.
El Tratado de Maastricht, por tanto, ha cambiado la historia de la ciudad y de Europa creando una identidad europea que, aunque no reemplaza la nacional, une de más maneras al continente. Pero, sobre todo, ha cambiado la vida de los ciudadanos europeos. Sus consecuencias, aunque las vivamos sin darnos cuenta, se encuentran en todos lados: desde que cruzamos de un país a otro hasta cuando miramos nuestra cartera o cuando votamos a los candidatos en las elecciones europeas.
FUENTES
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Marzocchi, O. (2024, abril). Fichas temáticas sobre la Unión Europea: Libre circulación de personas. Parlamento Europeo. https://www.europarl.europa.eu/erpl-app-public/factsheets/pdf/es/FTU_4.1.3.pdf
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