Estela Costas Gandón; Abiyán, Costa de Marfil; 22 octubre 2021
Costa de Marfil es uno de los países más influyentes de África occidental. La estrella de su economía es la exportación de cacao. A nivel global, el 40% del cacao procede de este país. Y aún así, uno de cada cinco marfileños vive bajo el umbral de la pobreza (que, según el Banco Mundial, es menos de un dólar diario).
Con más de veintiséis millones de habitantes, la sociedad marfileña está compuesta por más de sesenta etnias enmarcadas en cuatro grandes «familias». Todas estas familias étnicas están en realidad presentes en otros países limítrofes. De hecho, observando el mapa, si en el momento de creación de fronteras los pueblos se hubiesen podido autodeterminar siguiendo un criterio étnico, el territorio marfileño habría estado repartido en, como mínimo, tres Estados diferentes. Los Mandé del noroeste habrían fundado un Estado propio junto con parte de Guinea Conakry y Mali. Los Voltaïques del nordeste, mayoritariamente musulmanes, habrían establecido sus fronteras junto con Burkina Faso. Y, por último, en el sur, los Gour y los Akan, predominantemente cristianos, se podrían haber anexionado con parte de Liberia y Ghana.
Pero esto es simplemente ficción. La realidad de Costa de Marfil es que ha sido un gran receptor de éxodos. La comunidad extranjera más numerosa es la burkinesa. Hay más de dos millones de ciudadanos de Burkina Faso residiendo en el país. También destaca la presencia de la comunidad libanesa. Especialmente en la capital económica del país: Abiyán. De hecho, la comunidad libanesa de Costa de Marfil, cuyos ciudadanos suelen tener la doble nacionalidad libano-marfileña, es la más grande de África. Además, junto con los expatriados europeos, sobre todo franceses, los libaneses dominan la mayor parte de la industria y el comercio marfileño.
La Françafrique
La presencia francesa en Abiyán, sea en forma de restos culturales o de tendencias cotidianas, (como la costumbre de comprar una baguette al mediodía o separar la toilette del resto del baño), continúa hoy latente. El 80% de las calles de Abidjan llevan el nombre de extranjeros. Especialmente de políticos franceses. Bulevar Giscard d’Estaing, Bulevar François Miterrand o Puente Charles de Gaulle son algunos ejemplos. Contra esto, ha habido un pequeño movimiento social anónimo que ha intentado renombrar estas calles con los nombres de los líderes panafricanos más importantes. Como Sekou Touré (guineano y padre del panafricanismo), Thomas Sankara (burkinés y conocido popularmente como «el Che Guevara africano») o Biaka Boda (político marfileño defensor de la independencia y torturado hasta la muerte en 1950).
Esta estrecha relación entre Costa de Marfil y Francia forma parte de un modus operandi geopolítico denominado la Françafrique (la Francia-África). Y ésta no solo afecta a Costa de Marfil u otras antiguas colonias francesas, sino que también se extiende a las antiguas colonias belgas. Tiken Jah Fakoly, marfileño y representante del reggae francófono, publicó en 2002 un álbum con este título. En la canción que lleva el mismo nombre, este cantante escribió lo siguiente sobre la «Francia-África»:
Nos venden armas Mientras nos peleamos Y dicen que están sorprendidos de ver a África todavía en guerra Apoyan la dictadura Todo esto para matarnos de hambre Saquean nuestras riquezas Para enterrarnos vivos Quemaron el Congo Angola está en llamas Quemaron Kinshasa Quemaron Ruanda Tiken Jan Fakoly - Françafrique
Guerra civil en 2011
El acontecimiento más destacado y reciente de este país es la guerra civil que tuvo lugar en 2011. Tras unas elecciones con resultados difusos, dos instituciones nacionales diferentes avalaron la victoria de dos candidatos diferentes. Por su parte, la ONU, la CEDEAO y la Unión Africana optaron por reconocer la victoria del candidato Alassane Ouattara (liberal norteño). El otro candidato, Laurant Gbagbo (socialista sureño), declaró que había habido injerencia extranjera tanto en el proceso electoral como en la gestión de la crisis que le sucedió, señalando como actores a Francia y a Estados Unidos. Y es que, cuatro meses después de que hubiese estallado el conflicto armado, en abril de 2011, Laurent Gbagbo, que había sido presidente durante casi una década, fue arrestado en su residencia y trasladado a La Haya para ser juzgado por la CPI.
Amnistía Internacional denunció en su momento que este arresto fue ilegal porque como establece el artículo 59.2 del Estatuto de Roma, la transferencia a La Haya debe producirse solamente cuando el detenido ya ha sido juzgado en su propio país. Y esto no ocurrió. Se hizo todo de repente. El conflicto postelectoral marfileño terminó con más de tres mil muertos, más de un millón de desplazados y, lo más indignante: ningún culpable.
A pesar de los esfuerzos institucionales, la situación de la paz en este país no es positiva. No ha habido una justicia transicional eficaz porque los crímenes de 2011 quedaron impunes. De los dos partidos antagonistas, Laurent Gbagbo, tras ocho años de encarcelamiento en Países Bajos, acabó siendo absuelto por la CPI de crímenes de guerra y de lesa humanidad, pudiendo volver a su país este mismo verano; en junio de 2021. Para más inri, la CPI no presentó cargos contra ningún comandante pro-Ouattara. Por su parte, el presidente Alassane Ouattara, emitió en 2018 una ley de amnistía hacia 800 marfileños acusados de haber cometido crímenes graves durante el conflicto postelectoral.
«Este encuentro no acaba de generar confianza y perdón entre la sociedad marfileña«
Contra esto, organizaciones de Derechos Humanos como Human Rights Watch o Amnistía Internacional denunciaron que esta amnistía no solo suponía una falta de respeto hacia las víctimas, sino que también lanzaba a las figuras políticas responsables el mensaje erróneo de que siempre se podrá evitar la sanción. Sorprendentemente, cuando Laurent Gbagbo pisó por fin suelo marfileño tras diez años de prisión y juicios en La Haya, se reunió con su rival político Alassane Ouattara. La imagen, desde luego, evoca reconciliación. En el encuentro, ambos líderes se sonreían y se agarraban de la mano. Pero, no obstante, este encuentro no acaba de generar confianza y perdón entre la sociedad marfileña.
Y es que la única forma de garantizar el establecimiento de una paz duradera y democrática es llevar a cabo las medidas de reconciliación nacional de forma equitativa. Esto es, una justicia bilateral eficaz que sancione a los dos bandos responsables de las más de tres mil muertes por igual, la reparación efectiva de las víctimas, y, por último, mejorar el desarrollo del país.
Los diferentes desafíos sociales, especialmente la pobreza, constituyen un gran factor de riesgo e inestabilidad. Lógicamente, una sociedad sin acceso a la educación (la tasa de alfabetización no llega al cincuenta por ciento), a la sanidad y al mundo laboral es más vulnerable a una futura radicalización. Por tanto, además de la lucha contra la impunidad y la despolitización de la construcción posbélica, el desarrollo es fundamental para la reconciliación social y la paz duradera en Costa de Marfil.
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