ORGANIZACIÓN PARA EL FOMENTO DE LOS ESTUDIOS INTERNACIONALES

El Euro como constructor de la identidad cultural europea

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Autora: Alessandra Pereira Hermida. Estudiante de Periodismo y Relaciones Internacionales.

RESUMEN

Más allá de ser una moneda común, el euro contribuye a la formación de una identidad cultural europea. Su simbolismo aporta un imaginario que pone límites a lo que se entiende por Europa. Además, ejerce “lengua común” en lo económico para sus usuarios, lo que deviene en una experiencia cotidiana y una agenda política también compartidas. Con todo, refuerza la vocación integradora de la Unión Europea.

ABSTRACT

More than a single currency, the euro is key in the development of an European cultural identity. The symbolism in its design brings about an imaginary construct that limits the idea of Europe. Additionally, by becoming a common language in Economics, it leads to similar day-to-day experiences and political agendas among its users. Doing so, it also contributes to the EU’s pursuit of integration.

Sobre el dinero, escribía Marcia Pointon (1998), historiadora del arte, lo siguiente: “Lo manejamos casi todos los días de nuestra vida adulta; sin embargo, solo los niños y los extranjeros se detienen a inspeccionar sus metáforas” (p. 129). Las metáforas del euro, siempre intencionadas, evocan una historia común y se traducen en los diseños que circulan en la Eurozona. Sin embargo, dentro de esta, solo en los Estados de la Unión Europea causa el efecto al que aspira: aun para los inconscientes de sus símbolos, sus consecuencias hacen del euro un constructor de la identidad cultural europea. 

Hay, en la identidad europea, dos vertientes: la cívica y la cultural (Bruter, 2003). La primera se fundamenta en la confianza en las instituciones, reglas políticas y derechos de la Unión (Bruter, 2003). En este sentido, la confianza en las ventajas del uso del euro y en la estructura institucional a su mando fue suficiente para sentar las bases de la Unión Económica y Monetaria (Kaelberer, 2004). 

Asumida la primera, es la segunda, la identidad cultural europea, la que hoy discutimos. José Antonio Jáuregui (2002, p. 289) la define como “un sistema de ideas y de valores comunes que se traducen en sistemas sensoriales y en productos culturales compartidos”. Corresponde preguntarse si la simbología de estas monedas muestra la vocación de crear tal  identidad. 

Las similitudes reales en lo cultural son menos importantes para la construcción de identidad que el grado en el que esas similitudes son percibidas por los ciudadanos (Hymans, 2004), de ahí la relevancia otorgada al diseño. Las monedas de euro, en una de sus caras, muestran un mapa de la Unión Europea sobre líneas que conectan las doce estrellas de su bandera (Kaelberer, 2004). En la otra, dependiendo del país donde se emita (European Central Bank, 2021), un símbolo que no se debe entender como estrictamente nacional, ya que a menudo incide en la coexistencia de las realidades del Estado-nación y la Unión Europea. Así, la Puerta de Brandemburgo, en las alemanas, simboliza la apertura de la puerta, “subrayando la unificación de Alemania y Europa” (Hymans, 2004, p. 18). Por su parte, los billetes los adornan imágenes de estilos arquitectónicos de la historia de Europa (European Central Bank, 2020). En su selección, se evitó otorgarle superioridad a alguno de los Estados miembros, motivo por el cual no se representan monumentos reconocibles de uno u otro país (Hymans, 2006).

En el simbolismo del euro, se proyecta también un imaginario. La inclusión de un mapa representa una Europa en la que hay Estados, como Turquía o Rusia, que no caben (Foster, 2013). Lo mismo ocurre con los estilos arquitectónicos de los billetes: transmiten la existencia de una historia compartida — reflejada, aquí, en el arte — como elemento indispensable para emplear la moneda común (Kaelberer, 2004). Tanto el simbolismo como el imaginario comparten la vocación de representar la unión de los diferentes Estados, las tradiciones nacionales y la herencia cultural común de ellos (Moro, 2013).  

Analizadas estas intenciones, juzgaremos las consecuencias.  Aun no constituyendo una mayoría, hay un porcentaje de la población que se siente más europeo debido al uso del euro (Pérez-Díaz, 2014). Partiendo de la pregunta de si el euro hacía sentir a los ciudadanos de la Unión más europeos que antes, un 28% respondía que sí en octubre de 2019. Como se puede ver en la Figura 1, cerca de siete de cada diez, no obstante, admitían que no percibían que nada hubiese cambiado (Comisión Europea, 2019).

Figura 1 – Respuestas a la cuestión “¿El empleo del euro le hace sentirse más europeo?

Nota. Adaptado de Flash Eurobarometer 481: The euro area (p. 15), Comisión Europea, 2019.

Que tres de cada diez ciudadanos de la Unión Europea y usuarios del euro hayan desarrollado tal afección se debe a las consecuencias derivadas de haber creado un lenguaje común a toda la Eurozona: un “sistema sensorial común”, en palabras de Jáuregui (2002). El euro se presenta como una manera de compartir vivencias: tasas de interés o niveles de inflación se comprenden de igual manera por sus usuarios, creando una sensación de comunidad entre sus hablantes (Otero-Iglesias, 2017). 

La existencia de un código común en lo económico deriva en la existencia de una experiencia compartida: el euro ha devenido en una agenda política e informativa con frecuencia análoga en los Estados de la Eurozona (van de Steeg & Risse, 2010). Así, construye un modo de pensar y conocer común a sus usuarios. Y si bien la experiencia compartida podría conducir a una aversión colectiva al euro en momentos de crisis, se ha observado que, cuando esto ocurre, hay una percepción de que el fallo ha sido doméstico, no comunitario (Otero-Iglesias, 2017). De hecho, el sentimiento de comunidad se acentúa cuando las experiencias colectivas en lo monetario son de naturaleza “dramática”, como es el caso de una crisis económica (Helleiner, 1998).

Así las cosas, podríamos entender que todo país perteneciente a la Eurozona, aun sin hacerlo a la Unión Europea, comparte esta identidad cultural. No es descabellado pensarlo, pues todo lo anterior, en esos lugares, se cumple. Habría que hacer, volviendo a recurrir a la categorización de Bruter (2003) una matización que las diferenciase, y es que, si bien la identidad cultural formada por el euro en los países no miembros es cooperativa, la existente en los miembros es integradora. Mientras que los primeros mantienen sus diferencias en aquello que no respecta a la moneda común, la Unión Europea supone una integración que trasciende la moneda. Precisamente por eso, el empleo del euro no es estrictamente un requisito sine qua non para formar parte de la organización: la integración puede darse sin el euro.

Y si bien la integración puede darse sin el euro, todo lo anterior demuestra lo diferencial que aporta la moneda común. En palabras de Giovanni Moro (2013), «en una Unión caracterizada por la “poligamia” de idiomas, el euro es la única lengua común». A la par de la palabra, la experiencia se hace la misma. De esta manera, se alcanza el sistema sensorial y producto cultural común indispensables para la formación de la identidad cultural europea.  El euro, con su diseño, invoca un pasado común. Con sus consecuencias, genera un presente compartido. Con todo ello, se demuestra constructor de identidad cultural europea.

19 de mayo de 2021

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ISSN 2340 – 2482

BIBLIOGRAFÍA

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