Noelia Rodríguez Ordóñez. 3 de mayo de 2021. Senegal.
Joal-Fadiouth es una más de las localidades pesqueras de Senegal situada en el extremo de la “Petite-Côte”, al sureste de Dakar y a escasos kilómetros del Delta del Saloum. La costa de Joal, en el departamento de Thies, cuenta con quince kilómetros colmados de los típicos y coloridos cayucos senegaleses. De mayoría católica, los habitantes de esta zona centran su actividad económica principalmente en la pesca, en la ganadería y el turismo.
De hecho, uno de los atractivos turísticos de Joal es la conocida como ‘Isla de las Conchas’ – Fadiouth en su denominación senegalesa – que como su nombre bien indica es una isla artificial construida por la deposición de toneladas de conchas, principalmente berberechos. Este lugar, que atrae a miles de turistas cada año, se ha visto tremendamente afectado por el cierre de fronteras a causa de la pandemia sanitaria.
Para llegar a la Isla de las Conchas existen dos opciones: un puente de madera de poco menos de quinientos metros restaurado en el año 2005 – aunque el primero que se levantó fue durante el primer mandato de Leopold Sedar Senghor, en el año 1960 – o bien atravesando el río en una pequeña embarcación.
Normalmente, los pescadores de esta localidad se dedican a ser guías turísticos. Tanto es así que al llegar al puerto situado en la parte continental de Joal, que es además el acceso a la isla, existe una oficina del Sindicato de Turismo en la que se tiene que pagar una tasa, de forma que los guías locales no se disputen por los clientes y reciban una retribución. Joal, pero específicamente la Isla de las Conchas, es uno de los ejemplos de la buena convivencia entre religiones.
Al contrario de lo que sucede en el resto de Senegal, aquí el 90% de la población es católica – de etnia serer – y solo el 10% son musulmanes. El símbolo de esta buena convivencia es el cementerio mixto – también artificial, creado a partir de la acumulación de conchas – salpicado por baobabs y donde se entierran a musulmanes, cristianos y animistas. En este enclave, al que se llega a través de un puente de madera, también reposa el primer misionero francés muerto en Senegal, cuya lápida se encuentra en el punto más alto del cementerio.
Además, la isla de Fadiouth es uno de los únicos puntos de Senegal, aparte de la región de la Casamance, donde se pueden ver cerdos por las calles, puesto que al ser de mayoría católica está permitida la cría de estos animales. Otro ejemplo de la buena convivencia entre musulmanes y católicos es que aquí los cristianos portan un segundo nombre musulmán, al tiempo que los musulmanes tienen como segundo nombre uno católico.
Además, tras un gran incendio ocurrido en la isla, la mezquita situada al lado de la gran iglesia de San Francisco Javier fue reconstruida gracias a las donaciones de los cristianos. Por otra parte, a partir de dicho incendio, todos los graneros de mijo se trasladaron a los manglares que rodean la isla. Contrariamente a lo que sucedería en tiempos previos a la pandemia, en pleno abril no había turistas, así que la gran mayoría de los isleños se dedican a vivir de la pesca y de la agricultura de autoconsumo. Ahorrar mínimas cantidades de dinero se convierte prácticamente en una utopía.
El caso de Hubert
Hubert es uno más de los católicos residentes en la isla de Fadiouth. Con un aspecto desaliñado y un colgante con una gran cruz de plata se pasea por las calles serpenteantes plagadas de estatuas de vírgenes. Su rutina se basa en ir a la iglesia cada mañana, ir y volver de Joal y reunirse con un grupo de amigos en un conocido bar hasta que anochece. Hubert tiene 40 años, sigue viviendo junto a sus hermanas y sobrinos en la casa de su madre, y dice que lleva soñando con subirse a un cayuco dirección Canarias desde los 25. Sin embargo, la falta de medios económicos es lo que le ha impedido materializar su sueño.
Durante el trayecto en su pequeña embarcación, Hubert se lanza a contar su historia. “Antes, mis amigos y yo teníamos un grupo musical de djembés – tambor tradicional de Senegal – pero con el paso de los años se fue desintegrando. No fue por las disputas que pudieran surgir, sino porque ocho de los diez componentes tomaron con éxito la vía clandestina hacia Canarias. En 2018 quedábamos solo dos de los diez que solíamos ser, hasta que el año pasado mi último amigo decidió intentar la ruta, la cual culminó con exitosamente”.
Hubert estaba obcecado con la migración, tanto que afirmaba que su alma no iba a descansar hasta que no llegase a Europa. Durante el trayecto solo hablaba de lo bien que les va a sus amigos, que ya se han casado con mujeres blancas y vienen a Senegal de vacaciones, mostrando una visión totalmente distorsionada del fenómeno migratorio. Otro aspecto curioso que se podría destacar de la conversación con Hubert es su fe ciega en Dios, que para él, como para el resto de los creyentes del país, ya sean musulmanes o católicos, es dueño de su vida y su destino.
Para Hubert, los que mueren en la ruta canaria, – que según los datos facilitados por ACNUR España y la Organización Mundial para las Migraciones a Efe el 27 de abril, ya han sido 88 personas las que han perdido la vida este 2021 – lo hacen por decisión de Dios, y no porque subirse en una embarcación precaria durante días aumente las posibilidades de morir por hipotermia o deshidratación, entre otras posibles causas.
No querer mirar la realidad de manera objetiva es un patrón que se repite entre los migrantes frustrados en Senegal. Conocen la realidad, pero prefieren mirar hacia otro lado. En el caso de Hubert, las redes sociales no han sido un factor de influencia en su deseo de alcanzar tierras europeas, pues no tiene ni WhatsApp ni Facebook. Sin embargo, sí intercambia llamadas con sus amigos, que además le cuentan lo bien que están en Europa cada vez que vuelven durante las vacaciones de verano.
El último motivo que enunció para querer embarcarse en un cayuco es la libertad económica que tienen los migrantes una vez llegan al otro lado del Atlántico. Sus familias, al no conocer la cantidad exacta de dinero que ganan al mes, no ejercen tanta presión sobre ellos. En su caso, ahorrar para pagar el viaje ha sido imposible precisamente porque su madre tiene constancia de cada vez que consigue ganar algo de dinero, por lo que se ve obligado a compartir las ganancias.
Para ilustrar lo que cuenta, usó el ejemplo de su hermano, que desde que se casó en Senegal con una francesa reside en Europa. “Ahora mi hermano casi no manda dinero porque dice que primero tiene que mantener a su mujer y a sus hijos. No tiene la presión de enviar nada porque mi madre cree que no gana lo suficiente como para darnos algo, así que yo soy quien debe hacerse cargo de la economía familiar. Y estoy harto”.